En 2025 se cumplen 175 años de los estudios de Ingeniería Industrial en España, establecidos en 1850 según un esquema que en esencia se mantiene aún al día de hoy. Con la excusa de la efeméride, en este post se reflexiona sobre las características generales y método de la Ingeniería y sobre las peculiaridades del modelo de Ingeniero Industrial “a la española”.
En los términos Ingeniería/Ingeniero se reconoce una doble acepción, por un lado, francesa/latina (ingenium, ingenio) y, por otro, inglesa/anglosajona (engin, engine, motor, máquina). En el caso concreto del Ingeniero Industrial, se está ante un perfil STEM generalista que asegura la visión holística necesaria para la integración en sistemas complejos de tecnologías de diferente naturaleza. Piénsese en un automóvil o en una fábrica moderna o, si se prefiere un ejemplo más paradigmático y clásico, en la máquina de vapor.
Desde el establecimiento en España de los estudios allá por 1850 (véase https://ingenierosindustrialesdelestado.es/2019/01/29/las-ensenanzas-industriales-en-espana-y-el-cuerpo-de-ingenieros-industriales-del-estado/), la formación superior en Ingeniería Industrial ha preservado en todo momento una orientación científico-matematicista de inspiración francesa (modelo de ingeniería basada en la ciencia), frente a la heurístico-empirista/practitioner inglesa (modelo de ingeniería basada en la práctica) de las enseñanzas industriales básica e intermedia, que profesionalmente termina por traducirse en una distinción entre trabajadores de cuellos “blanco” y “azul”. En el mundo anglosajón, de hecho, se sigue llamando ingeniero hasta al del servicio técnico que viene a casa a arreglar la nevera.
Si la Ingeniería Industrial fue en su protohistoria más un arte que una ciencia -visualícese a Leonardo Da Vinci-, la importancia de la formación científica se puso de manifiesto con tecnologías como la química o la eléctrica que, a diferencia de la mecánica, responden a unos fundamentos no visibles –enlaces entre átomos o propagación de campos electromagnéticos- que requieren para su mejor aplicabilidad de algo más que el simple expertise del empírico. Es por ello que en el núcleo de la ingeniería moderna está una estrecha relación entre experimentación, ciencia y técnica, aunque esta no siempre se ha manifestado de forma lineal.
Así por ejemplo, y en el caso de la máquina de vapor, la empiria artesana de su técnica fue previa a la doctrina científica, desarrollada posteriormente toda vez se comprendiera que la cuestión de la eficiencia –ineludible en una moral victoriana para la cual los valores de frugalidad y ahorro eran esenciales- solo podía acometerse desde un sólido conocimiento teórico de los fenómenos físicos subyacentes por medio de las leyes de la Termodinámica -ciencia del ¿por qué mientras charlamos tu café se enfría y mi refresco se calienta?-.
Algo similar ocurriría en el ámbito de las máquinas eléctricas, con la peculiaridad de que fue una experimentación casi lúdica sobre fenómenos eléctricos la que precedió a los posteriores avances técnicos -primero- y doctrinales -después-, que han venido a su vez realimentándose en un constante ciclo de desarrollo tecnológico mejorado. Sin embargo este, en otra aplicación de la electricidad como son las comunicaciones, obedeció al comienzo a un esquema casi de libro en el que fue el conocimiento teórico -Ecuaciones de Maxwell- la base sobre la que se ingeniara la “telegrafía sin hilos” -denominación original de la radio-. Como una última muestra a colacionar, la de la estrecha colaboración entre ciencia e industria que, en el marco de laboratorios industriales establecidos ad-hoc en las grandes universidades de investigación (Research Universities) de inspiración prusiana, propiciara el desarrollo de procesos físico-químicos a gran escala que caracteriza la industria química que hoy en día conocemos.
La Ingeniería es por tanto una ciencia aplicada que, como tal, se apoya en el método científico y, por ende, en los dominios tanto experimental como teórico, lo que por su parte requiere de técnicas de medición adecuadas. Pero, a diferencia de la Ciencia, tiene como característica principal un utilitarismo que exige, además de imaginación y creatividad, de pragmatismo. Este se materializa en un recurso intensivo al modelado y la simulación -computacional y prototipado físico-, pero también a las reglas prácticas heurísticas y formales (golden rules) acopiadas en prontuarios que incluyen ábacos/nomogramas, fórmulas empíricas, normalización y otros muchos elementos que configuran un estado del arte ingenieril en permanente evolución.
Por modelado se entiende una simplificación de la realidad, expresada habitualmente en lenguaje matemático, e idealizada mediante abstracciones como la concentración de parámetros (lumped matter abstraction) o las aproximaciones lineales propias del Cálculo Infinitesimal. Estas abstracciones, que permiten concentrarse en aspectos particulares dejando en segundo plano los detalles de implementación, recorren todo el itinerario que lleva desde las leyes de la naturaleza hasta las soluciones ingenieriles superponiéndose en diferentes capas, de forma que los sistemas complejos se construyen modularmente combinando componentes simples. Dos principios son pues claves en la forma de proceder del Ingeniero: el de simplicidad (o kiss en su acrónimo de “keep it simple, stupid”) que propicia la propia abstracción, y el de una disciplina (lumped matter discipline) consistente en no desviarse, a la hora de la implementación, de las hipótesis que hacen posible aquella. El uso intensivo de modelos tiene como ventaja adicional su reutilización por analogía y la gestión de la incertidumbre y la fiabilidad y, como contrapartida, su necesidad de contraste y calibrado.
La formación del Ingeniero Industrial en España, fiel a un modelo continental-europeo de inspiración napoleónica, se divide en tres fases secuenciales bien diferenciadas y respectivamente dedicadas a conocimientos científicos, técnicos y tecnológicos, que en una analogía podemos asimilar a cimientos, estructura y tejado de un edificio. En la parte de los cimientos se incluye el aprendizaje de los lenguajes fundamentales del Ingeniero, a la sazón matemáticas, dibujo y programación, en un mix cuya composición lógicamente ha variado en el tiempo. Son los conocimientos técnicos y tecnológicos lo que precisamente constituyen una Ciencia de la Ingeniería formada por teorías sustantivas -la estructura- y operativas -el tejado-.
En su afán de generalidad, el Ingeniero Industrial español se forma básicamente en toda la panoplia de estructuras y tejados y profundamente en uno concreto de estos a través de su especialidad. Es por ello que el título de Ingeniero Industrial, con su menú “largo y estrecho” de asignaturas, viene habilitando profesionalmente para el ejercicio en todas las especialidades, a diferencia de los títulos especializados que lo hacen únicamente en su campo particular.
Así por ejemplo, todo Ingeniero Industrial se formará en electromagnetismo -cimientos-, teoría de circuitos -estructura- y máquinas eléctricas -tejado-, y además el especialista en electricidad lo hará en profundidad con asignaturas específicas sobre tecnologías eléctricas muy concretas (líneas eléctricas, instalaciones, mediciones eléctricas, electrónica de potencia…). Solo los mecánicos profundizarán en los detalles del diseño de máquinas, los procesos de fabricación o la teoría y tecnología de ferrocarriles y automóviles. Sólo los energéticos estudiarían mecánica cuántica y tecnologías y centrales nucleares. Y así con el resto de especialidades.
El modelo continental europeo descrito es diferente del enfoque seguido en los grandes institutos tecnológicos norteamericanos -MIT, Caltech, Stanford, etc …- que integra los conocimientos y expone al estudiante desde el primer momento a una filosofía de “mente y mano” (es precisamente “Mens et Manus” el lema del MIT) menos enciclopédica y más especializada.
Así por ejemplo, a un Ingeniero Mecánico (el más similar por su generalidad a nuestro Ingeniero Industrial, por otra parte muy cercano al Naval y al Aeronáutico) no se le apabulla con cursos completos de Teoría de Circuitos o de Electrónica, absolutamente troncales para un Ingeniero Eléctrico (al que por otro lado no se le forma en Termodinámica ni en Elasticidad y Resistencia de Materiales ni en Mecánica de Fluidos), sino que se le introduce a estas útiles disciplinas y a la validez de sus abstracciones en laboratorios de Mecatrónica en los que trastean y experimentan en base a proyectos prácticos (Hands-on Education) para, de esta forma, asimilar unos principios básicos que en todo caso siguen conociendo con el mayor de los rigores formales.
Son por tanto un trípode teoría-laboratorio-experiencia de diseño y una metodología pedagógica que itera teoría-práctica-teoría los pilares en los que se basa este enfoque alternativo, que suele además incorporar en los primeros cursos asignaturas motivacionales que anticipan la hoja de ruta de la carrera. Afortunadamente nuestro modelo está perdiendo parte de su pureza al venir contagiándose de pinceladas de este otro.
A lo largo el tiempo, y con la incorporación de nuevas especialidades en el plan de estudios de Ingeniería Industrial, se ha venido acompañando a las distintas revoluciones industriales: máquina de vapor, electrificación y fordismo, electrónica, robótica e internet, e inteligencia artificial e industria X.0. Así, sería a comienzos del siglo XX que a la Mecánica y la Química se añadiera la Electricidad como tercera de las especialidades clásicas para, luego más tarde y como spin-offs, dar lugar respectivamente a las intensificaciones en Construcción, Metalurgia -luego Materiales- y Automática y Electrónica. Obsérvese que detrás de las especialidades originarias se encuentran los desarrollos del motor de combustión interna alternativo -Mecánica- y la destilación fraccionada del petróleo -Química-, que propiciaron un boom del automóvil asociado al fordismo. Este, junto con el taylorismo y el desarrollo de la investigación operativa en la Segunda Guerra Mundial, configuraría después el núcleo de la especialidad de Organización –Industrial Engineering en el resto del mundo-, coetánea también de la Energética nacida con la cuestión del uso pacífico de la energía nuclear. La más moderna de las especialidades ofertadas es la de Matemática Industrial, una verdadera Ingeniería Matemática a diferencia de la que se cursa en Facultades de Ciencias.
Para terminar, y puesta ya la proa hacia el bicentenario, una cita del Premio Nobel de Física Piotr Kapitsa que resulta pintiparada para Ingeniería Industrial “a la española”: «Los especialistas que han recibido una educación suficientemente extensa son capaces, si no hay más remedio, de iniciarse en las nuevas esferas de la ciencia sin tener que seguir nuevos cursos. Por lo tanto, las universidades deberían resistirse a la tendencia hacia una especialización demasiado estrecha, que caracteriza efectivamente el desarrollo de la ciencia contemporánea».
Autor: Antonio Moreno-Torres Gálvez
Ingeniero Industrial del Estado (Promoción 2003)



